Redacción de Pepe Herrera, investigador de la UNAM.La tasa de natalidad en todo el mundo ha experimentado una notable disminución en las últimas décadas, un fenómeno que ha preocupado a los gobiernos y expertos en demografía. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas, para el año 2100, solo seis países tendrán tasas de natalidad positivas. Este cambio no es exclusivo de las economías desarrolladas, sino que también ha llegado a países en vías de desarrollo, como México, donde la tasa de nacimientos ha caído un 27% en los últimos 13 años, de acuerdo con datos del INEGI.

El maestro Julián Flores Arellano, académico de la FES Aragón de la UNAM, argumenta que las nuevas generaciones no han dejado de tener hijos por «egoísmo», como algunos lo interpretan. Más bien, lo ven como una decisión meditada, influenciada por factores como la precariedad laboral, la inseguridad económica y las amenazas del cambio climático. Para muchos jóvenes, no traer hijos al mundo es una forma de evitar que las futuras generaciones enfrenten las dificultades que ellos mismos están viviendo.

Factores económicos y sociales

Uno de los principales motivos que ha impulsado esta tendencia es el costo de vida en las ciudades. Datos de la OCDE indican que en países como México, el 67% de los jóvenes de entre 18 y 34 años aún vive con sus padres, en gran parte debido a que no pueden acceder a una vivienda propia. A esto se suman los salarios insuficientes y la falta de estabilidad laboral: casi el 50% de los jóvenes empleados trabaja en condiciones de informalidad, lo que les impide tener acceso a prestaciones sociales y servicios de salud.

La salud mental también juega un papel fundamental. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha destacado que los jóvenes enfrentan niveles de ansiedad y estrés sin precedentes, en parte debido a las expectativas sociales y profesionales, pero también por la incertidumbre respecto al futuro del planeta. Con la crisis climática como una amenaza constante, muchos de ellos dudan si es responsable traer más personas al mundo. “Los jóvenes se están cuestionando si el mundo al que traerán a sus hijos será mejor o peor que el actual”, comenta Flores Arellano.

El cambio en la estructura familiar

Además de los factores económicos y sociales, se ha observado un cambio en las preferencias y estilos de vida de los jóvenes. En lugar de formar familias tradicionales, muchos optan por convivir con mascotas, una tendencia que ha crecido considerablemente en los últimos años. Según cifras del INEGI, en México hay más perros y gatos en hogares que niños menores de 10 años, lo que evidencia el creciente fenómeno de los «perrijos» y «gatijos».

Esto también ha impactado en la industria del cuidado de mascotas. Los millennials y la Generación Z han impulsado un aumento en los servicios de lujo para mascotas, como spas, guarderías y clínicas veterinarias, lo que demuestra que están dispuestos a invertir en estos «miembros» de la familia, aunque no sean humanos.

Respuestas gubernamentales y el futuro del trabajo

Algunos gobiernos han comenzado a tomar medidas para revertir esta tendencia de baja natalidad, ofreciendo incentivos económicos para las familias que deciden tener hijos. Sin embargo, estas políticas han sido mayormente reactivas y no preventivas. Por ejemplo, en Corea del Sur, donde la tasa de natalidad es de 0.78 hijos por mujer (una de las más bajas del mundo), el gobierno ha invertido más de 200 mil millones de dólares en programas de fomento a la natalidad, pero sin resultados significativos.

En Alemania, donde la población se ha envejecido rápidamente, se estima que en los próximos 10 años faltarán alrededor de 7 millones de trabajadores. Ante esta realidad, la migración se perfila como una solución temporal para cubrir la demanda laboral, pero no resuelve el problema a largo plazo. De acuerdo con expertos como Pepe Herrera, investigador de la UNAM, las políticas deben centrarse no solo en incentivar la natalidad, sino también en crear mejores condiciones de vida para las nuevas generaciones. “No se trata solo de que nazcan más niños, sino de asegurar que esos niños crezcan en un entorno favorable, con acceso a educación, salud y un medio ambiente sostenible”, asegura Herrera.

El reto, entonces, no es únicamente económico, sino también cultural y social. Los jóvenes ya no ven en la familia tradicional un objetivo prioritario, y esto representa un cambio en la estructura demográfica que tendrá profundas implicaciones en las próximas décadas.

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